sábado, 17 de marzo de 2012

Werfel - Jerusalén


"Jebus, Urusalim, Jeruschalajim, Zion, wie immer auch genannt, sie war die Stadt ohne Anfang und Ende, älter als die älteste Erinnerung, gewesen, seiend und werdend wie der Gott, der sie um den Felsen Moriah versammelt hatte, auf dem Abraham sein schweres Glaubensopfer darzubringen sich bereitet hatte. Ihr frühester König, dessen Name uns überliefert ist, hieß Melchisedek, gerechter König, und die Liturgie bewahrt sein Angedenken bis auf den heutigen Tag als Vorstrahlung des Messias. Die Tempel von Theben und Karnak waren gewaltige Rekonstruktionen von Trümmerstätten. Doch nur das Tote läßt sich rekonstruieren. Rom und Athen waren moderne Städte mit musealen Ruinenfeldern in ihrer Mitte. Jerusalem aber, die Hochgebaute, die dort in der Sonne loderte, besaß keine Ruinen. Sie hatte ihre Zeitalter nicht abgestreift und liegen lassen wie steinerne Häute. Die Tochter Zions stand immer wieder im Licht und lag immer wieder im Staube. Das Feuer Nebukadnezars, das Spitzeisen des Titus, der Pflug Hadrians war über sie hingeknirscht. Doch ihr wahrer Bestand hing von ihrem tatsächlichen Bestande nicht ab. Wer ihre Zeit zählte, zählte die Zeit Gottes mit, die ohne Zeit ist."


"Jebus, Uruslem, Jeruschalajim, Sión y como quiera que se la haya llamado, es la ciudad sin principio ni fin; la ciudad aún más vieja que el recuerdo más antiguo; la ciudad pasada, presente y futura como el Dios que la reunió alrededor de la roca Moriah, en la que Abraham se preparó para llevar a cabo su pesado, doloroso y pío sacrificio. Su primer rey, cuyo nombre nos ha sido transmitido por la tradición, se llamó Melquisedec, rey justo. La liturgia guarda su recuerdo hasta el día de hoy como resplandor augural del Mesías. Los templos de Tebas y Karnak son majestuosas reconstrucciones de parajes en ruinas. Pero sólo lo muerto permite ser reconstruido. Roma y Atenas son modernas urbes con campos de ruinas de museo en su centro. Jerusalén —la edificada en lo alto, la eminente, la que llanea al sol— no posee ruinas. Ella no se ha despojado de sus diferentes períodos históricos, arrojándolos como pieles mudadas y pétreas. La hija de Sión se yergue siempre de nuevo en la luz, y se arrastra a su vez en el polvo. El fuego de Nabucodonosor, los picos de Tito, el arado de Adriano, han pasado por encima de ella chisporroteantes, crepitantes, crujientes. Pero su verdadera subsistencia no depende de su existencia real. Quien mide su tiempo, mide la edad de Dios, que no tiene edad."

Franz Werfel, en Höret die Stimme / Escuchad la voz (1937)