martes, 10 de abril de 2012

Ratzinger - La cuestión de Job (5/5)


[5. El sentido del sacrificio]

"El hombre, imagen de Dios: una imagen muy deformada que nos mira. En puridad, esa palabra vale sólo para Jesucristo: él es la imagen restaurada de Dios. Pero ¿a qué Dios vemos en ella? Por causa de una teología mal entendida, muchos han percibido ahí una falsa imagen: la imagen de un Dios cruel que pide la sangre de su propio Hijo. Han descifrado la imagen de los amigos de Job y se han apartado con horror de este Dios. Sin embargo, es justamente todo lo contrario: el Dios bíblico no quiere víctimas humanas. Allí donde él se presenta, en la historia religiosa, cesan los sacrificios humanos. Antes de que Abrahán ponga la mano sobre Isaac, se lo impide el mandato divino: el carnero sustituye al niño. Así comienza el culto a Yahvé: la inmolación del primogénito que pide la religión ancestral de Abrahán es relevada por la obediencia, por la fe; el sustituto externo, el carnero, no es más que expresión de este proceso más hondo, que no es sustitución, sino acceso a lo esencial. Para el Dios de Israel, el sacrificio humano es una abominación: Moloc, el dios de los sacrificios humanos, es la quintaesencia del falso dios, al que se opone la fe yahvista. Servicio divino, para el Dios de Israel, no es la muerte del hombre, sino su vida. Ireneo de Lyón acuñó para esta idea la hermosa fórmula: «Gloria Dei homo vivens», el hombre viviente es la gloria de Dios. Esta es la clase de sacrificio humano, de servicio divino que él pide (Adv. haer. IV, 20, 7). Pero ¿qué significa entonces la cruz del Señor? Es la forma que toma aquel amor que ha aceptado al hombre por completo, aun en su culpa y, por lo tanto, aun en su muerte, hasta las cuales ha descendido. Así llegó a ser sacrificio: en cuanto amor sin límites que carga a hombros con el hombre, como con la oveja perdida, y lo conduce de nuevo al Padre, a través de la noche del pecado. Desde ese momento existe una nueva clase de sufrimiento: el sufrimiento no como maldición, sino como amor que transforma el mundo."

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Joseph Ratzinger